Final alternativo a la
película “Misery”, basada en el libro de Stephen King.
Paul, escritor.
Misery Chastain,
protagonista del libro.
Annie Wilkes,
enfermera.
Marcia, agente.
Silver Creek Colorado, localidad.
¿Y ahora qué pensás?,
pregunta Paul, mientras cruza las piernas, la silla cruje y el sonido que emite
es más fuerte que el que sale de los labios de Marcia. A pesar del dolor que
siente, ella no puede decir una palabra, los calmantes que periódicamente recibe
no le permiten hacerlo.
Luego
de esperar unos minutos por la respuesta que no va a obtener, Paul se pone de
pie, va hacía la ventana, levanta la cortina y la claridad es tanta que debe
cerrar un poco sus ojos para poder ver, toda la noche nevó y el paisaje externo
es completamente blanco, ni las copas de los árboles se distinguen.
Como
escritor nunca había tenido la necesidad de hacerlo ante un bloqueo, había
vivido sí lo que algunos llaman “síntoma de la página en blanco”, y muchos
colegas que lo habían padecido recomendaban ir al lugar en el que transcurre tu
historia, bueno en todos estos años y a pesar de los pequeños bloqueos que tuve,
lo único que necesitaba era venir a Silver Creek, en esta tranquilidad podía
terminar mis libros.
Un
escritor siempre, escúchame bien, siempre en su trabajo habla de lo que vive,
consiente e inconscientemente lo hace, y estoy seguro de que si no insistías
tanto como lo hiciste, con el tiempo hubiese escrito sobre lo que viví dos años
atrás, pero claro, como agente editorial tenés que exigir constantemente algo
que publicar. Llamabas una y otra vez, todos los días, ya lo habías hecho
cuando me viste en el hospital, cuando aún no sabía si podría volver a caminar,
es tu trabajo lo entiendo, las editoriales te pagan porque le entregues libros
nuevos, libros “exitosos”, comerciales, y qué mejor publicidad que un escritor
que narre su desgracia, que cuente sobre lo que padeció con una fanática
demente que lo tuvo cautivo, haciéndolo pasar una de las experiencias más
dolorosas y traumáticas que le tocó vivir.
Pero bueno,
ante tu insistencia me puse a escribir sobre Annie, y con las pocas líneas que
logré redactar supe que necesitaba más que nunca de los lugares, tenía que ir
al punto en que había ocurrido aquello, la página en blanco me asediaba y
recordando a mis colegas me decidí a volver, pero con el paso de los días y
semanas las hojas arrogadas con palabras que no hilvanaban una sola idea digna
de ser publicada, desbordaban el tacho de basura. Sí, literalmente era basura
lo que escribía, y sabía que dirías eso cuando te los entregué.
Fue
una madrugada en que me decidí. Supe que para poder contar lo que pasó, a pesar
de que fui yo quien lo vivió, necesitaba de alguien más.
Sabía
que podía elaborar una novela describiendo con mucha precisión lo que era ser
cautivo, ser torturado y humillado por un ser desquiciado, pero no podía
describir lo que se sentía ser el captor. Entonces tuve que convertirme en uno.
¿Dijiste
algo?, pregunta Paul alejándose de la ventana, vuelve a la silla, desde la cama
su agente nuevamente intenta emitir una palabra pero no puede.
Tenés
que entenderme, tenía que saber qué se siente atrapar a alguien, capturarlo con
violencia, amenazarlo, romperle las piernas con una masa, escuchar el crujido
de sus huesos, ver su piel desgarrarse al ser atravesada por la tibia, ¿es la tibia?,
nunca fui bueno en anatomía, sé que hay dos huesos largos en las piernas, bueno,
uno de esos atravesó la piel, aun algo sobresale a pesar de que intenté
acomodarlo antes de entablillarte.
Déjeme
terminar, dice Paul, que ve a Marcia nuevamente intentando hablar. Tengo que
decirle que por momentos me cuesta… sé que suena… cómo decirlo, irónico… o gracioso,
en fin por momentos me cuesta dejar de tratarla de “usted”, después de… bueno
de lo que pasamos en estas semanas.
Por
favor, no lo soporto más, logra decir finalmente Marcia,
una lágrima cae de por su mejilla, mira a Paul que desde la silla permanece
inmutable.
Si
bien cuando te traje a esta cabaña no sabía lo que iba a hacer, lo imaginaba
pero no tenía certezas, fue hasta que, al estar frente a frente, supe que te
necesitaba, más que nunca necesitaba de usted… de vos. Sí, fue en el momento en
que preguntabas si no sería peligroso permanecer aquí durante una tormenta,
cuando aún no sospechabas lo que iba a ocurrir, antes de sujetarte del cuello y
darte el primer golpe.
Ahora
decís que no lo soportás más, bueno, dejame decirte que yo permanecí cuántos,
diez, once meses, en ese estado. Usted apenas lleva dos días acá, solo sintió
la fractura de sus piernas, pero aún le queda mucho por experimentar, a ambos
nos queda mucho, a usted como víctima, a mi como su captor.
Todavía
falta que sienta lo que es no saber si es de día o de noche, lo que es estar
intoxicado por tantos calmantes, y, mi querida Marcia, aún falta que
experimentes el temor constante. Sí, temor a dormir, a no saber si la persona
que te tiene cautiva puede llegar en el momento del sueño a acabar con tu vida,
a torturarte rompiéndote las piernas, o inyectándote algo que adormece tu
cuerpo, que genera temblores que no te permiten controlar tus movimientos,
temor, la sensación de temor como no experimenté antes.
A esa
experiencia ya la viví y puedo escribirla, ahora, ya que insististe tanto en
que escriba este libro, necesito la otra, la experiencia del villano, la del
captor, de la persona que va a acabar con vos, que va a ser la última que veas,
la última que escuches.
No lo
hagas, por favor, dice con muy pocas fuerzas Marcia.
Creo
como editora tenés que saber esto, en el momento en que aparece una idea, en el
momento que un libro se va gestando, siempre en una noche aparecía el final y
me despertaba sobresaltado, lo anotaba en un papel y podía regresar a la cama a
dormir plácidamente hasta el mediodía, y al levantarme, con lo que tenía en el
manuscrito me sentaba a la máquina y escribía el final, bueno, pues anoche mi
querida amiga Marcia llegó el final a este libro, aunque eso no significa que
va a terminar esto que estamos viviendo, aún nos quedan muchos meses juntos.
Debo
decirte que en tantos años de trabajo, en tantos libros con los que conocimos
cierta fama y prestigio, tuve sensaciones encontradas hacía vos, sentimientos
de amor y odio, dicen que todas las relaciones humanas son así, los padres con
los hijos, los esposos, amantes y amigos, todos, absolutamente todos, y bueno
nosotros, escritor y editora, no somos la excepción.
Mi
amiga Marcia, mi agente, compañera de trabajo, este es un libro del que no vas
a disfrutar y es irónico ya que de ningún otro fuiste tan partícipe como lo vas
a ser en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario