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Alejandro Parmetler
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Atardecer.
Tres hombres y dos mujeres salen de abajo de la tierra. Todos miran al mismo
tiempo hacia el sol y luego observan un grupo de edificios que es adonde desean
llegar. Ese grupo de edificios es el único lugar en esta ciudad donde el ser
humano puede andar a cualquier hora sin ser alcanzado por el virus solar Yellow
Submarine-M-28, virus que empezó a diseminarse por el planeta cuando
desapareció totalmente la capa de ozono. Fuera del grupo de edificios el ser
humano sólo puede trasladarse al amanecer o al atardecer. Uno de los edificios
del grupo de edificios pertenecía a una empresa de energía eléctrica. Los
trabajadores de la empresa pudieron crear un escudo protector de la amenaza
vírica y dada la cercanía con los demás edificios lograron defender a todos
mediante cables y alambres.
Atardecer,
todos miran el sol y se dan cuenta que es el momento de correr. Se sacan las
máscaras para vivir bajo tierra, las
guardan cada uno en su mochila. Todo el día estuvieron bajo tierra, bajo tierra
deben estar todo el día, el virus de día transforma el cuerpo humano en arena,
un humano de arena que corre para siempre de día hacia donde sopla el viento y
de noche descansa hecho un montículo de arena.
Atardecer,
el grupo corre junto al río en dirección hacia el grupo de edificios cada tres
o cuatro pasos, cinco levantan la vista
controlando el movimiento del sol.
Atardecer,
últimos instantes del atardecer, del sol sólo se ve un pequeño semicírculo
naranja. El grupo deja de correr y de la mochila más grande (que la lleva
siempre un joven que es preceptor en un colegio) sacan una carpa aséptica y con
gran rapidez y organización arman montan la carpa junto al río y los cinco
rápidamente se meten en su interior; muy apretados como una lata de sardinas,
noche.
De
noche no se puede estar bajo tierra, el virus Yellow Submarine-M-28 está bajo
tierra, bruma subterránea que también invade la superficie. De noche no hay que
tocar el suelo ni respirar la bruma o el cuerpo humano se derrite, quedando
como bronceador, luego tomando forma humana, humano bronceador que corre para
siempre de noche en contra del viento y descansa de día en algún hoyo en estado
líquido.
Los
humanos bronceador y los arena, no ven, no huelen, no escuchan, sólo corren,
unos de día y otros de noche en distintas direcciones, chocan entre ellos al
amanecer o al atardecer, agrandan su tamaño y cambian su textura; los llaman
gigantes fusionados y corren de día y de noche cruzando el viento.
La
carpa aséptica junto al río. Apretados esperan con ansiedad el amanecer;
desarmar la carpa y correr hacia el grupo de edificios hasta que se vea
completo el sol cavar en la tierra un hueco ponerse la máscara y descansar bajo
tierra, es más cómodo que la carpa, el día es mucho más cómodo y más seguro.
Pero falta mucho para que amanezca. Dentro de la carpa parecen contorsionistas,
uno saca a tientas el agua de una mochila, pasa la botella entre piernas y
brazos y da de beber a otro guiado por alguien más porque no ve la boca del que
quiere beber y no se puede dar el lujo de desperdiciar agua queda muy poca.
Con
la comida el mismo procedimiento que con el agua; uno saca sin ver una lata
porque sus manos están cerca de la mochila de las conservas, la lata viaja por
los espacios que dejan los cuerpos y la acomodan cerca de la mano derecha del
chino. El chino es profesor de educación física y sabe artes marciales. Su
maestro le enseñó un golpe con el cual
puede abrir latas. El chino da el golpe y el alimento viaja en la lata por ese
laberinto de cuerpos, comen un poco cada
uno. Golpe, se abre otra lata. Mientras
se están alimentando sienten un temblor, dejan de comer, mueven los ojos pero
no pueden ver nada, el temblor cada vez es más fuerte, sonido de agua como que
algo muy grande cayó al río, el temblor nuevamente, el temblor se aleja de a
poco. En la carpa algunos dicen que era un humano bronceador y que hubieran
armado la carpa del otro lado del río. Otros dicen que los pasos eran de un
gigante fusionado y eran muy fuertes y el viento lleva la misma dirección que
el río y esto que pasó, cruzo el río. Todos hablaban en la carpa pero ninguno
se puede ver, hablan con dificultad,
están incómodos, no se pueden acomodar para hablar normalmente, hablaron
toda la noche cuando se dan cuenta está amaneciendo, ahora sí se pueden ver,
ven planos detalle del cuerpo de otro.
Amanecer.
La mano derecha de la mujer más joven del grupo es la que quedó más cerca del
cierre de la carpa, en realidad no era la mano que estaba más cerca, era la
mano que podía más fácilmente hacer el movimiento de la apertura del cierre.
Las manos de la joven muy suaves abren lentamente el cierre. La joven terminó
quinto año, le quedaron dos previas de cuarto, geografía y biología. La mujer
más grande del grupo es la profesora de geografía la que tiene que tomar el
examen, una de las previas. Abrió el cierre la más joven y todos comienzan a
moverse con dificultad después de dormir en esa carpa cuesta que los músculos
respondan rápidamente, salen lentamente de la carpa, miran el sol, cuando
empiezan a incorporarse sienten el mismo temblor de la noche, con dificultad
todos giran el cuello hacia un lugar y ven que viene hacía ellos un gigante
fusionado. Moviéndose todos con dificultad todavía intentan guardar la carpa,
grandes pasos del gigante los lleva por delante. La mujer más grande del grupo
la profesora de geografía cayó al otro lado del río inconsciente, el chino y la
carpa cayeron al río y la corriente empieza a arrastrarlos, el chino trata de
no soltar la carpa. Otro del grupo, Morsa, el portero borracho del colegio
cruza el río, llega junto a la profesora de geografía, la sacude para
despertarla, descubre una fractura en el brazo derecho de la mujer. La carpa se
hundió y la llevó la corriente. La joven de las previas y el joven preceptor
sacan al chino del agua y corren hacia el grupo de edificios, están muy cerca
pero comienza a levantarse el sol, tienen que cavar para estar bajo tierra de
día, los humanos aprendieron a cavar como bestias. Morsa no la puede despertar
a la profesora, Morsa la mira, mira de cerca los detalles de la cara, la besa y
la profesora reacciona y siente dolor en el brazo fracturado, Morsa se coloca
la máscara y le coloca la máscara a la profesora, se miran se corren las
máscaras y se besan nuevamente. Comienzan a cavar, ella con una mano.
Amanecer,
amanece rápidamente. El chino ya termino de cavar se está por meter bajo
tierra, mira en dirección a los jóvenes, están cavando pero no lograrán su
objetivo; el chino corre junto a los jóvenes y con su golpe, el que aprendió de
su maestro, con el que abre latas, pega en la tierra dos veces y la tierra se
afloja, se ablanda y es mucho más fácil cavar. Ya están bajo tierra con sus
máscaras. Morsa terminó su hoyo, pero la profesora cavando con una sola mano no
lo va a lograr. Morsa quisiera que el chino este allí, un golpe del chino; a
Morsa le gustaría saber el secreto del golpe. Morsa mira a la profesora
esforzándose, ella lo mira y sigue cavando, lo mira, pregunta con los ojos por
qué no se mete bajo tierra. Morsa camina hacia ella corriéndose la máscara, la
levanta la mira a los ojos ella se corre la máscara y Morsa le pega un golpe de
puño en la cara, la deja inconsciente; Morsa no la deja caer al piso, la
levanta como los recién casados, llega hasta la orilla del hueco que él mismo
cavó y le da otro beso y la acuesta y la tapa con tierra y con sus dos manos
apisona la tierra, le parece más seguro. El sol alcanza a Morsa y se transforma
en humano de arena y comienza a correr en dirección al viento, se aleja del
lugar. Se aleja de la tierra donde están los del grupo. Desaparece en el
horizonte. Es de día, están bajo tierra, tres en una orilla cerca del grupo de edificios, una, la
profesora de geografía, en la otra orilla, un poco más alejada del escudo, pero
corriendo rápido puede llegar.
Atardecer.
El chino y los jóvenes salen de la tierra, miran el sol, se sacan las máscaras
y las tiran, también tiran las mochilas, tienen que llegar sí o sí, no tienen
la carpa, corren. La profesora de geografía sale de la tumba que le fabricó
Morsa, se saca la máscara, la esta por tirar pero no la tira. Se acuerda de
Morsa, no la tira. Corre, le duele al bracear pero sigue corriendo. El chino y
los jóvenes llegan al escudo y aplauden y gritan para que los escuchen, saltan
y mueven los brazos, salen tres ganchos del escudo y con un golpe seco los
llevan hacia adentro, están dentro del escudo y ven correr a la profesora hacia
el escudo, los jóvenes se impresionan de la velocidad de la mujer, el chino les
cuenta que en la secundaria la profesora de geografía había sido campeona juvenil sudamericana en los cuatrocientos
metros llanos.
Atardecer.
Del sol queda un pequeño semicírculo rojizo. Con la velocidad que lleva la
profesora llega tranquilamente al escudo. Corre, piensa lo mucho que le gusta
correr, piensa en Morsa, se toca la cara donde la golpeó Morsa y recuerda los
besos, reduce la velocidad, trota, se detiene, se toca la cara, mira hacia el
sol, mira hacia el horizonte, siente el viento en la piel, el sol desaparece la
bruma se mueve bajo tierra sale a la superficie y la profesora se derrite,
bronceador desparramado bajo la bruma.
La noche transforma a la profesora en un humano bronceador y comienza a
correr en contra del viento. El chino y los jóvenes no lo pueden creer, ahora
no pueden ver nada, cayó la noche. Si ella quería llegar, llegaba les dice el
chino a los jóvenes. Los jóvenes le piden al chino que les enseñe el golpe.
Noche.
Están caminando en el grupo de edificios. Hace mucho que no caminaban de noche,
ni de día.