BIENVENIDOS AL FUTURO: AÑO 2700 [Módulo 2]


Bienvenidos al módulo 2 de “La cosa del otro mundo: Taller colectivo experimental y multimedial de narrativa, orientado a los géneros literarios de la ciencia ficción y el horror modernos”. En esta oportunidad viajaremos en el tiempo al futuro. Nuestra próxima parada: ciudad de Resistencia, año 2700. Con los recursos trabajados en las clases anteriores, nos abocaremos a describir a “nuestra” ciudad del futuro. ¿Cómo será? ¿Por quiénes estará gobernada? ¿Podremos comprar automóviles voladores? ¿Seguiremos tomando Coca-Cola? ¿Los rascacielos taparán el sol? ¿Podré tener de mascota a un perro robot? ¿Mi novia androide me regalará un pasaje a Marte? Son preguntas realmente pelotudas para un problema aún más pelotudo, pero que sin embargo debemos resolver. Resolver imaginando, por supuesto, y escribiendo, cómo encontraríamos configurada aquella sociedad futura, pieza por pieza, si es posible no claudicar en el intento. Este viaje va a estar bueno. Sepan sólo una cosa: deberán sobrevivir porque el terror nos espera en el Espacio profundo…

Pasen y vean….

El libro maldito [versión 2]

Ramón Gustavo Gómez 









Él era un investigador de crematorios antiguos. Todo el camino contó sus últimos descubrimientos en la Isla Martín García. Fuimos al antiguo crematorio de la Isla, su fachada romanesca daba a la entrada un aspecto tétrico.
Entre fotos, preguntas y respuestas, le muestran un antiguo libro que se conserva en una caja de cristal. De tapa dura forrada en tela, su lomo sufre signos de humedad. Se indica cómo sobre los anchos márgenes un anónimo leproso escribió sus padecimientos. Todos observábamos cómo salivaba su dedo índice para hojearlo, sin saber que un extraño virus esperaba por él en una pequeña partícula del papel.
Luego, su aspecto cambió terriblemente; de su rostro se desprendían pedazos de piel.
Yo sólo atino a salir corriendo y alcanzo a tomar la mochila del baúl.  
En cosa de minutos, la isla se encontraba infectada en su totalidad y el aire, contaminado. Me pongo la máscara, me rocío con el producto antivirus. Cuerpos tendidos en la costa, en las calles. ¿Cómo salir del lugar?, pienso. Las agujas del tanque de nafta muestran lleno, ¿me dejará llegar? ¿Podré dar aviso a la caminera?, ¡no lo sé! Tengo la garganta seca. Comienzo a ver  a la botella de agua como un tesoro preciado.
Logro escapar de aquel infierno. Las autoridades dinamitan los accesos. Ya nadie puede llegar  al lugar maldito. Siempre me acuerdo de aquel libro. Hoy, mientras me duchaba, pude observar a través del espejo unas pequeñas manchas en mi espalda. 

Breve reflexión sobre el concepto de Apocalipsis y Fin del Mundo

Benjamín Prieto Piragine


  





¿Por qué para muchos el apocalipsis tiene un sentido terrorífico? ¿De dónde proviene que acostumbremos identificar apocalipsis con el fin del mundo? Si nos remitimos a la biblia de donde proviene el vocablo apocalipsis veremos que el sentido que tiene no es tan terrorífico. Se podría decir inclusive que dicho sentido es hasta esperanzador. Si leemos el apocalipsis de Juan encontraremos que el fin del mundo que nos presenta es la conclusión de un mundo de injusticias, de terror, de violencia, de angustia y muerte. Se terminan todas las cosas que han hecho sufrir al hombre desde el momento de su creación. Juan describe el final de la muerte, la condena del diablo y sus agentes y el juicio de todos los seres, vivos y muertos. El apocalipsis promete la renovación del hombre, las criaturas y todo el universo. Un cielo nuevo y una tierra nueva nos esperan. Muy lindo, ¿no?
Vemos que el apocalipsis describe un final feliz. No debería causarnos ningún miedo, aun así desde siempre se tendió a identificar la palabra apocalipsis con terror y angustia.  La clave de este malentendido se encuentra en las páginas del Apocalipsis de Juan y de los distintos evangelistas. Si bien es cierto, según nos cuentan estas páginas, que al final va establecerse el reinado del bien, la paz el amor y la justicia, antes que ocurra esto también describe que el mal va a reinar en la tierra. Y las palabras que los evangelistas ponen en boca de Jesús son determinantes para aclarar el malentendido que nos lleva a realizar la identificación del terror con el apocalipsis: Jesús dice que cuando eso ocurra, cuando el mal prevalezca sobre la tierra, eso no es final de la historia, el apocalipsis si se quiere decir. Van a ver guerras, enfermedades, asesinatos, violaciones, terremotos y grandes catástrofes, pero eso no es sino, va a decir Jesús,  los primeros dolores del parto. Eso no es el apocalipsis. Los evangelistas nos dicen que Jesús fue siempre decisivo en este punto: cuando llegue el fin de los tiempos y los sellos se abran, cuando veamos a los cuatro jinetes del apocalipsis y los ángeles de Dios vengan a separar a los salvados de los condenados, cuando eso ocurra y sea el momento “será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente”.  Esto significa que  cuando sea el momento, no habrá ninguna duda para nadie de que el final llego.
Vemos de esta manera que nadie tendría el poder de vaticinar un apocalipsis. Incluso Jesús dice en un versículo de los evangelios que ni él, ni lo ángeles del Cielo conocen la hora en que Dios Padre fijó el final de la historia. Podemos leer también que las palabras de Jesús serían una invitación a evitar cualquier interpretación de las distintas catástrofes y males de este mundo como señales de un apocalipsis inminente. En este sentido, la biblia no deja espacio en ningún lugar a que existan personas  capaces de predecir el final de los tiempos, esto es, el apocalipsis propiamente dicho. Y si alguien se presentara anunciando el final de los tiempos sería un “falso profeta”. 
Desde la religión hallamos que apocalipsis no tendría nada que ver con lo que en nuestro imaginario describimos como un fin del mundo. Insistimos,  el nuevo testamento nos enseña que hay que evitar relacionar las catástrofes y males del mundo con el apocalipsis. Por más que los males del mundo sean, como lo ejemplifica Jesús, los dolores del parto, y el apocalipsis mismo pueda considerarse el parto en sí, no dejan de ser cosas diferentes, por más que se digan que forman parte del mismo proceso.  Habría que diferenciar el apocalipsis de fin del mundo. El primero sería un concepto esencialmente religioso que describe cosas que van a ocurrir, y el segundo seria un concepto más (se podría decir) “científico”,  que describe cosas que ocurren, que nos son palpables a la observación directa o que podríamos reconstruir a través de ciertos indicios. En este sentido, se podría decir que el concepto de fin del mundo si se identifica con lo terrorífico, puesto que se refiere a los males que azotan a la humanidad, fines del mundo habría por doquier. Ocurrieron siempre, a través de toda la historia humana, y en el caso que dotemos de alguna “conciencia” a los animales, los vegetales y minerales, se podría decir que ocurrieron a lo largo de la historia de todas las especies. Por ejemplo, el final de los dinosauros. Sea cual fuera el motivo, alguna vez existieron y dejaron de existir. La vida continuó. Otras especies evolucionaron. Tenemos la caída del Imperio Romano, que tranquilamente puede verse visto como un “fin de mundo”, pero de tipo de mundo. Podemos pensar que si mañana nos golpea una tormenta solar apagando todos nuestros sistemas eléctricos y de comunicación por un lapso de 8 meses, indudablemente seria el fin del mundo tal como lo conocemos. Pero no sería el fin del mundo para todos; lo sería para las personas que viven dependientes de la tecnología y de casi todos los recursos que funcionan a través de la electricidad. A eso hay que sumar  la existencia de todo un catálogo de micros-fines-del-mundo. Existen miles de situaciones de la vida cotidiana que cuando ocurren poseen todas las características de fin del mundo. El fracaso amoroso es vivido subjetivamente para casi todas las personas como una “catástrofe”. Perder un empleo, llegar tarde a una cita, que nuestro equipo de futbol quede afuera de un torneo importante o en el peor de los casos que se vaya a la “B”. Aun así, todo continúa: encontramos un nuevo amor, conseguimos empleo, obtuvimos una nueva cita y nuestro equipo favorito se clasifico para ese importante torneo. Luego de un “fin de mundo”, tenemos ese dichoso post, o el retorno a la A.    
Nos aparece que “fin de mundo” se encuentra identificado con lo terrorífico, pero con lo terrorífico para uno. El “fin de mundo” es algo totalmente subjetivo. Está bastante claro que no le tenemos miedo a las mismas cosas. No existe un fin del mundo global si lo relacionamos con el apocalipsis. Imaginémonos la peor de las catástrofes para la humanidad: el choque de un gran asteroide. Esto podemos decir que no tiene nada de “apocalíptico”, porque como señalamos, la vida continuaría. Sería el fin  de “nuestro” mundo, pero sería el comienzo de uno nuevo, con otras especies, quién sabe. Quizás dentro de millones de años vuelva aparecer la raza humana o no; quizás reinen en el planeta los simios, como en la película El planeta de los simios. O imaginemos peor aún, la muerte del universo. Muchos científicos sostienen la teoría de que el universo tiene sus días contados. Dicen que el mismo o sigue expandiéndose o… se contrae hasta el punto de casi desaparecer. Pero cuando se termine de contraer, volverá a expandirse. Los científicos sostienen inclusive que el universo tiene un ritmo cíclico y que el mismo se expandió y se contrajo millones de veces.  
De esta manera, podemos decir que el fin del mundo nunca es propiamente un fin, como si señalamos para el concepto de apocalipsis, que, según nos describe el evangelio de Juan, envuelve un cambio y una transformación que lo abarca todo: vivos, muertos, humanos, animales, planetas, constelaciones, esto es, todo el universo. El apocalipsis no es algo subjetivo; no existen miles de apocalipsis. Hay uno solo. El apocalipsis se refiere a acontecimientos que van a ocurrir. Creer o reventar. Los evangelios nos dicen que hay que estar atentos y preparados, porque cuando se aproxime no tocará la puerta. Y cuando sea el momento en que ocurra, no habrá ninguna duda o como dice Jesús, según dice el proverbio: Donde hay un cadáver, ahí se juntan los buitres.

All you need is love

Alfredo Risso








Cuando comenzó a morir la población mundial sexualmente activa, los biólogos sospecharon una mutación del HIV, los fanáticos aseguraron la intervención de satanás, los fabricantes de profilácticos una avivada de los proveedores de látex.
Un artista adolescente ensayaba nuevos pigmentos, uno de ellos, un color de la oscuridad, abrió un portal permitiendo que un ser, una especie de cadena vibratoria, escapara de la comunidad unicelular a la que se había acoplado para replicarse. Llegó al estudio donde  escuchaba Beast of Burnes de los Rollings e inmediatamente fue seducido, se acopló con ellas y los códigos fundidos engendraron “sin amor no hay sex”. Había unos bípedos a disposición, y comenzaron a reproducirse frenéticamente.
Los humanos fueron diezmados. Sólo sobrevivieron los niños, algunos locos y pocos eremitas. Los gobernantes aún vivos pusieron a disposición una mochila con máscaras, penicilina, agua, conservas, trajes, radio, abrigos, anteojos-test, etc. Un monje inmune por haberlo hecho siempre por amor, ya sea con novicios, mujeres o algunas ovejas, para prevenir la infección, fundó una academia para aprender a amar, la lista para estudiar incluyó a Oscar Wide, Taoístas tenebrosos, el Kama Sutra, obvio, dulce de leche, un poema de Lorca, algo de Kipling para contrarrestar un poco la biografía de Orfeo, una cerbatana con dardos de plata por las dudas, y muchas dudas…
Los casos disminuyen, los carentes de amor mueren, el ente comienza a aburrirse y busca otras vibraciones y desde Andrómeda se escucha un canto de sirenas; hastiado se sube a Stravinsky, y parte. 

La constante marcha

Antonio Scappini







La fila de, más o menos, setenta hormigas marcha estoicamente hacia su hormiguero.
Llevando los víveres que con esfuerzo obtuvieron en el día, con un cuidado meticuloso típico del instinto animal. Dando a entender que a pesar de los altibajos, la naturaleza sigue siendo inteligente.
Constantemente caminando, ignorando todo su entorno, exceptuando lo que pueda representar obstáculo, siguen los motivados insectos.
Los obstáculos superados hasta el momento no representaron ningún inconveniente como para destacarlos. Pero a medida que pasaba el día y la marcha de los imbatibles imagos continuaba se encontraron con un considerable inconveniente:
El rastro feromónico que señalizaba la ubicación del hormiguero se disipó en una intercepción de dos caminos dentro de una espesa arboleda. ¿Quizás algún animal haya orinado encima del camino señalado? o ¿el clima trajo algo que lo removió? Para las simples mentes objetivas de estas obreras no existe espacio para estas preguntas. Sólo actos y soluciones directas.
Optan por el camino de su derecha y continúan con su obligado trayecto.
Ya adentro de la arboleda las hormigas pasan por una desnivelación sospechosamente arenosa y estéril como si fuera artificial ,de un radio de un metro, repleto de piedras con curiosas erosiones que semejaban a agujeros, quizás habitados por insectos de menor tamaño que ellas, cosa que ignoran ya que llegan al final de la desnivelación donde se topan con un montículo constituido por una cantidad de piedras y ramitas que estrechan el camino, el cual por suerte las obreras pueden pasar sin inconvenientes.
Faltando cinco hormigas para pasar por el estrecho, sucede algo insólito. Desde la cima del montículo caen dos piedras pulidas lo suficientemente pesadas para el fuerte cuerpo de los insectos, aplastando a la hormiga que en ese momento estaba por pasar el estrecho, partiéndola en dos y separando su mesoma de su pecíolo provocando que el tajo chorree sus fluidos vitales mientras sigue moviendo nerviosamente las patas, dejando atrapadas a las cuatro restantes, mientras las que pudieron salir siguen su marcha indiferente a cumplir con sus responsabilidades.
Las cautivas en cambio empiezan a sentir un desequilibrio y un constante dolor que las obliga soltar los productos obtenidos de su esfuerzo cerca de sus posiciones, al observar sus patas reconocen el origen de su inestabilidad física.
Somos nosotros, quienes nos negamos a perecer robando alimentos, hábitat y hasta eras a la tierra por nuestro enfermizo egoísmo y hoy no habrá excepción...

What if…

Florencia Maidana











¿A quién no se le ha cruzado alguna vez por la cabeza el Apocalipsis? La idea del fin de la humanidad y de cómo llegaríamos a ese extremo.
Hemos estado expuestos a esta fantasía desde siempre. Tanto como se vaticina que en diciembre de este año (2012) se acaba el mundo, de la misma manera se lo creía en el 2000 con el cambio de milenio.
Zombis, invasiones alienígenas, virus letales; son todas teorías que revuelan en nuestra mente por el simple hecho de que el futuro es inevitablemente incierto. Claro está que el cine no ayuda mucho en la tarea de alejar los fantasmas.
Sin embargo, y a pesar de ser una ferviente consumidora de estos universos imaginarios, no puedo evitar cada tanto hacerme las mismas preguntas: ¿y si al Apocalipsis lo estamos viviendo aquí y ahora?, ¿y si la destrucción es tan progresiva y lenta que escapa totalmente de los parámetros que habíamos construido para ella?, ¿y si en realidad somos tan ciegos como para preferir la fantasía y no ser conscientes de que la muerte hace tiempo que nos viene pisando los talones?
¿O es acaso que las guerras, los atentados, las masacres y los ataques ambientales no nos suenan, aunque sea un poco, como sinónimos de extinción?
No hace falta crearnos muertos vivientes y bacterias come carne para asimilar el término de nuestra raza.
La lucha hoy es del hombre contra el hombre, somos nosotros mismos nuestros propios enemigos. No va a venir milagrosamente ningún personaje ficcional a excusarnos y salvarnos de confrontar la verdad; que es que, como todos sabemos, el porvenir del planeta está en nuestras manos.
Si esto así, y mi humilde percepción va en sentido correcto, yo elijo como objetos de supervivencia tres simples cosas: mis puchos, un libro y un MP3 que contenga toda mi historia musical.


Objetos de supervivencia ante un apocalipsis zombie


Marcos Misiaszek / Agustin Francia / Antonio Scappini / Florencia Maidana 

1.      Machete (nunca se termina)
2.      Linterna de LED (consume menos batería)
3.      Muchas baterías
4.      Botiquín de primeros auxilios
5.      Pastilla de cianuro (en caso de muerte inminente es preferible un suicidio)
6.      Dos botellas de agua mineral (el agua corriente puede estar infectada)
7.      Una manta
8.      Una pistola de bengalas
9.      Una soga larga
10.  Seis atados de Parliament / Seis atados de Marlboro
11.  Reproductor de MP3 de 8 GB a batería (discografía a elección)
12.  Walkie -Talkie (un par)
13.  Un par de libros (a elección)
14.  Cuaderno y lapicera
15.  Juego de cartas de póker
16.  Cinta aislante
17.  Cocaína
18.  Reloj sumergible

Dioses terrenales del caos

Esteban Esquivel









De cuando niño veía como el cuerpo de las ratas se desintegraba en el ácido, lentamente toda nuestra existencia efímera se vio amenazada. Pero todos sabíamos que sucedería algún día, cociente o inconsciente, el peligro de que todo sucumbiría tras polvos sórdidos, repulsivo y roñosos, procreaba en mi la necesidad de consumar mi plan.
Desde el momento en que se sentía la opresión del peligro el mundo se dividió en dos: los que se mantuvieron ignorante. Y los que buscábamos conseguir un futuro paradisíaco en el caótico infierno que se aproximaba. Su había sido infeliz en un mundo capitalista y abarrotado  de cobardes que rebalsan de felicidad, podía funcionar de forma inversa.
Locura conducida al caos, paranoia, así me caricaturizaban para poder tener su guerra secreta. La creían inofensiva y sumisa, pero su error pagaría altos costos. Veinte años siendo un perro del gobierno, pero cuando ladras en su contra pierdes todo su adiestramiento, mis palabras eran sarna para sus oídos.
Luego de mi retiro, de a poco construí un bunker amplio, espacioso, pero también desierto. Nada de vida se asomaba, se necesitaba ángeles.
Desde entonces idénticos a selectores recolectábamos lo esencial para nuestro azar. Pero para llenar mi paraíso de ángeles necesitaba a otros iluminados que me ayudaran así pude  obtener a las nuevas Eva de futuro. Con el pasar  del tiempo ya no molestaban los gritos de libertad o la dificultad para mantener a mis rehenes, pero tal como la desesperación avasalla al ahogado, la impunidad ya tomaba fuerza de modo que la Azaña era la razón de diversión, de satisfacción. Los errores no se hicieron esperar. Ya teníamos pedido de captura, qué tan fortuito era  el destino, qué regalo tal castigo para los exentos de la verdad. Dos horas, cincuenta minutos y treinta segundos del nuevo comienzo. La nación de Sunev destrozaría a toda la población con su misil químico. Qué tan irónica es la vida que nos regala la risa nerviosa. Antes de que nuestro plan sea interceptado, ya nos habíamos encerrado en nuestro bunker.
Al salir los daños no eran evidentes pero todo lo fabricado por el hombre era ahora cuna de errantes esbozos humanos arrastrantes por el suelos, en ellos se apreciaba lo desgarrador del conflicto, donde antes había carne firme y estable, se encontraba los retazos de piel verdosa, podrida e inmunda que recubrían lo que alguna vez fue hombre, sus ojos rojizos si vida o esperanza remarca su ira contra existencia, los rostros parecían inexpresivos tal como un animal con rabia, se movían como hambrientos buscando saciar                      
Su sed de sangre. Tal vez es la razón de que no se los pudiera controlar y su comienzo fue tan solo enviarnos a vivir a la oscuros rincones de que nos pertenecía. Las neblinas negras y rojizas cubrían los cielos. Lo mundano y lo trivial ya no tenían lugar: el dinero ya no era más que papel para limpiarse el trasero, lo habían remplazado en valor los casquillos de balas reutilizables. Ni hablar de arma con filo o simple palo.            
Las pocas sobrevivientes se volvieron más salvajes que los propios errantes. Las Eva de nuestro nuevo mundo, al ver la destrucción y el caos de la que había salvado, cambiaron su mirada. En este fin nos convertimos en dioses terrenales del caos.

Hojas [Versión 2]

Gastón Sibilla  

                                                                                                                               









Escribo en una de las últimas hojas, sé que tuve que haber traído más cuadernos, claro que lo sé ahora que se termina éste que tengo, pero cómo pude haberlo imaginado antes de salir.
No, jamás lo hubiese pensado. Todo lo que hice fue meter en la mochila algunas latas de atún y arvejas, la linterna, a mi campera la traje puesta a pesar del calor, pensando en futuros inviernos.
Hace semanas que vago sin rumbo, sin tener algún lugar al que llegar, cargando lo que encontré, también lo que voy encontrando a mi paso.
La radio y las pilas fue otro de los objetos que traje y ahora es mi guía, me indique hacia donde ir, en ella escucho las transmisiones de los sobrevivientes y camino buscándolos.
Aquella mañana escuchaba las noticias que se tornaron dramáticas, alarmantes e inmediatamente supe que no podía quedarme, debía partir, dejar atrás esa ciudad y mientras pensaba en las llaves del auto apagué la radio y la metí en la mochila junto a las seis pilas, guarde los alimentos, la linterna, pero cómo iba a pensar en más cuadernos, sí hasta al botiquín lo guarde solo porque lo vi cerca.
Hui de mi ciudad con prisa, no pensaba en lo que iba a necesitar, porque no sabía qué ocurría, no sabía de qué debía escapar, o por cuanto tiempo estaría vagando de ciudad en ciudad, o mejor dicho de lo que queda de las ciudades, solo guardé lo que vi a mi paso y salí.
Luego de no sé cuantos kilómetros el auto fue lo primero que tuve que descartar, poco combustible, aunque me sirvió para alejarme con prisa. Ahora, caminando, espero llegar a la próxima ciudad, o lo que queda de ella, para buscar algún nuevo cuaderno, u hojas, o lo que sea para escribir. No sé porque pero tengo que hacerlo, escribir y escribir, contar lo que recuerdo de la ciudad en la que vivía, escribir de las ciudades que veo ahora.
La comida es poca aunque no me preocupa tanto como la falta de papel, mi campera sigue siendo inútil en este clima, lo que me hace pensar que aún sigo en Chaco o en el nordeste a pesar de todo lo que viaje, pero de todas formas voy a seguir cargando con ella, quizás más adelante me sirva, lo que sí es imprescindible es encontrar agua, no confío en la de los ríos o arroyos y las botellas que traje se acabaron.
Aquellas formas lejanas parecen construcciones, quizás sea un pueblo o una ciudad, tendría que buscar una brújula ya que el mapa de poco me sirve si no tengo una orientación y el cielo cubierto por esta nube gris no me permite siquiera ver el sol. Si comienzo a caminar ahora tendría que llegar en media hora entonces que sea este el punto final, hasta que consiga un nuevo cuaderno.
*
La buena noticia es que conseguí agua, comida, pilas para la radio y algunas hojas sueltas para seguir escribiendo, lo que podría considerarse una mala noticia es que por la radio acaban de confirmar lo ocurrido. Un colapso en el sistemas de seguridad de todas las plantas nucleares del mundo, al parecer un virus informático determino las explosiones masivas, un sabotaje perfectamente sincronizado a nivel mundial o es lo que se cree, quizás sean ecologistas o terroristas, nadie sabe quién o por qué, lo cierto es que hay que alejarse de todos los lugares cercanos a las centrales nucleares, en la Argentina la reactivación de una planta en Córdoba y un par en el vecino Brasil, crearon la gran nube gris que tapa esta parte del país.
Todavía todo esto  me parece difícil de creer pero no puedo arriesgarme, debo partir, quizás en mi rumbo me encuentre  con mas personas que tengan noticias.
Ahora escribo de lo que escuche, de que tengo que partir, y me es inevitable también preguntarme ¿por qué no hay mas personas?, no vi a nadie, ni cuando salí de mi casa, ni en la ruta, pero bueno supongo que mas adelante encontraré respuestas, ahora lo que tengo que hacer es seguir, caminar hacía el otro lado del país, dijeron en la radio  que cerca de la cordillera se están reuniendo, que ahí el aire es distinto y el cielo más claro.
Tengo que marchar espero más adelante encontrar otro vehículo, por ahora con el agua y la comida no voy a tener problemas, tengo que caminar y escribir lo que veo, también lo que escucho en la radio, son muchas mis preocupaciones, pero ahora tengo algo de comida, agua, y también claro más hojas para escribir.

Cuando pase el temblor [Versión 2]

Mercedes Alegre










Acodado en la barra de “El Neptuno” espero el fin del mundo junto a cuatro parroquianos más y Enzo, el dueño del bar. Algunos decidieron huir de la ciudad, pero ¿hacia dónde escapar cuando no hay adónde ir?
Luego de tantos abusos cometidos contra la naturaleza, el fin no llegará producto del efecto invernadero, el agujero de ozono o la contaminación, sino a raíz de una serie de violentos y encadenados terremotos y maremotos que sacudirán cada segmento de la superficie terrestre. Los científicos aseguran que este descontrolado movimiento geológico era imprevisible y que no se encuentra ligado al deterioro del medio ambiente, pero es difícil no pensar irónicamente que la tierra se sacude y abre grietas para tragar lo que está sobre ella. No soy una fundamentalista protectora de la naturaleza, pero en un momento así una reflexión semejante es inevitable.
Así como es ineludible estancarse en la contemplación retrospectiva de la propia vida, detenerse en balances y que afloren reproches y deseos incumplidos. En un esfuerzo de sinceridad, debo reconocer que las cuestiones pendientes que hubiera querido concretar no las podría realizar aún si me quedaran años por delante en vez de contadas horas.
La rutina del trabajo se tragó una vida dedicada a la escritura de manera profesional, los traumas familiares desgastaron las pocas relaciones duraderas que alguna vez mantuve, el paso del tiempo anuló la posibilidad del nacimiento de un hijo y el azar y las frustraciones cotidianas opacaron en muchas ocasiones las satisfacciones nacidas de las cosas simples. Un recuento triste, patético, exiguo de triunfos y gratificaciones, acorde con el destino que vamos a enfrentar. Terminaremos enterrados, sepultados bajo las ruinas de lo que fue, arrasados por el caos producto de la destrucción.    
Los pocos que estamos en el bar miramos fijamente las imágenes que todavía reproduce el noticiero local. Algunas de las señales internacionales ya han desaparecido, pero estos conductores siguen en su puesto.
Las escazas y repetidas imágenes muestran calles con el asfalto partido, cubiertas de escombros y restos de muebles. Los edificios derrumbados se alternan con autos aplastados y bultos que se adivinan humanos.
No sé si es que estamos estupefactos, incrédulos o simplemente ya anestesiados ante las malas noticias, pero los concurrentes de “El Neptuno” no mostramos gran consternación ni desesperación ante las circunstancias. Capaz recién cuando sintamos vibrar el suelo bajo nuestros pies caeremos en la cuenta de la verosimilitud del relato mediático.
Las caras congregadas alrededor de la barra son viejas conocidas. Almas perdidas habitués del bar y amigas de Enzo a fuerza de costumbre y consumo de alcohol. Supongo que el bar que fue punto de encuentro para los momentos de ocio, alegrías o tristezas, no podía evitar volverse un espacio de reunión ante el apocalipsis. ¿Quién quiere quedarse en casa cuando se viene el fin del mundo?
En un extremo están sentados Juan Martín y Malena, novios desde antes de que Enzo abriera “El Neptuno”. Con las manos entrelazadas, sólo se sueltan de tanto en tanto para sorber el vino de sus respectivos vasos.
A su lado está ubicado Daniel, amigo de la secundaria de Enzo y socio simbólico del bar.   Es aquel que en las noches concurridas da una mano atendiendo las mesas, acarreando hielo y cajones o posicionado tras la caja, y es el único que dispone del derecho de cambiar la música y tomar gratis.
Luego viene mi taburete. A mi derecha se encuentra Delphine, una pintora veterana, sobreviviente del mayo francés y de los setentas argentinos. Es la única que no mira la pantalla, con los ojos de mirada perdida fijos en el reloj aspira su cigarrillo Slim. Y frente a nosotros está Enzo, parapetado como de costumbre tras la barra.  
En la televisión comienzan a difundir una lista de productos, elaborada por supuestos especialistas, que contiene elementos de supervivencia para acarrear con uno en estos tiempos de zozobra. El listado incluye cosas básicas como bidones de agua mineral, latas de conserva, un botiquín de primeros auxilios, una linterna, pilas… Nada dicen respecto de armas de fuego, pero al parecer lo más previsores las han incluido, pues las noticias giran también alrededor de saqueos que sufren supermercados y armerías.
Los sobrevivientes tendrán que idear una forma de organización adaptada a la falta de luz eléctrica y agua potable, a la amenaza de pestes y comida envasada. Deberán discernir los límites del delito y la justicia en un mundo sin comisarías ni penitenciarías.
Enzo, esgrimiendo el derecho natural que otorga ser el dueño del lugar, baja el volumen del televisor y acciona los parlantes desde la computadora. El bar se llena con la música de The Doors y su Light My Fire, canción que –como sabemos los que conocemos bien a Enzo– pone cuando lo muerde la melancolía. El contexto parece tergiversar la letra y, en vez de hablar de sexo y drogas, anunciar el fuego del infierno por venir. 
El noticiero advierte que según los cálculos científicos el terremoto correspondiente a este punto del planeta se desencadenará recién dentro de tres horas, cuando nos golpee la onda expansiva que viene cruzando la cordillera. Tres horas aún. Me conviene pedirle a Enzo otra cerveza. 


Yellow Submarine-M-28

Alejandro Parmetler









Atardecer. Tres hombres y dos mujeres salen de abajo de la tierra. Todos miran al mismo tiempo hacia el sol y luego observan un grupo de edificios que es adonde desean llegar. Ese grupo de edificios es el único lugar en esta ciudad donde el ser humano puede andar a cualquier hora sin ser alcanzado por el virus solar Yellow Submarine-M-28, virus que empezó a diseminarse por el planeta cuando desapareció totalmente la capa de ozono. Fuera del grupo de edificios el ser humano sólo puede trasladarse al amanecer o al atardecer. Uno de los edificios del grupo de edificios pertenecía a una empresa de energía eléctrica. Los trabajadores de la empresa pudieron crear un escudo protector de la amenaza vírica y dada la cercanía con los demás edificios lograron defender a todos mediante cables y alambres.








Atardecer, todos miran el sol y se dan cuenta que es el momento de correr. Se sacan las máscaras para  vivir bajo tierra, las guardan cada uno en su mochila. Todo el día estuvieron bajo tierra, bajo tierra deben estar todo el día, el virus de día transforma el cuerpo humano en arena, un humano de arena que corre para siempre de día hacia donde sopla el viento y de noche descansa hecho un montículo de arena.
Atardecer, el grupo corre junto al río en dirección hacia el grupo de edificios cada tres o cuatro pasos, cinco levantan la vista  controlando el movimiento del sol.
Atardecer, últimos instantes del atardecer, del sol sólo se ve un pequeño semicírculo naranja. El grupo deja de correr y de la mochila más grande (que la lleva siempre un joven que es preceptor en un colegio) sacan una carpa aséptica y con gran rapidez y organización arman montan la carpa junto al río y los cinco rápidamente se meten en su interior; muy apretados como una lata de sardinas, noche.
De noche no se puede estar bajo tierra, el virus Yellow Submarine-M-28 está bajo tierra, bruma subterránea que también invade la superficie. De noche no hay que tocar el suelo ni respirar la bruma o el cuerpo humano se derrite, quedando como bronceador, luego tomando forma humana, humano bronceador que corre para siempre de noche en contra del viento y descansa de día en algún hoyo en estado líquido.
Los humanos bronceador y los arena, no ven, no huelen, no escuchan, sólo corren, unos de día y otros de noche en distintas direcciones, chocan entre ellos al amanecer o al atardecer, agrandan su tamaño y cambian su textura; los llaman gigantes fusionados y corren de día y de noche cruzando el viento. 
La carpa aséptica junto al río. Apretados esperan con ansiedad el amanecer; desarmar la carpa y correr hacia el grupo de edificios hasta que se vea completo el sol cavar en la tierra un hueco ponerse la máscara y descansar bajo tierra, es más cómodo que la carpa, el día es mucho más cómodo y más seguro. Pero falta mucho para que amanezca. Dentro de la carpa parecen contorsionistas, uno saca a tientas el agua de una mochila, pasa la botella entre piernas y brazos y da de beber a otro guiado por alguien más porque no ve la boca del que quiere beber y no se puede dar el lujo de desperdiciar agua queda muy poca.
Con la comida el mismo procedimiento que con el agua; uno saca sin ver una lata porque sus manos están cerca de la mochila de las conservas, la lata viaja por los espacios que dejan los cuerpos y la acomodan cerca de la mano derecha del chino. El chino es profesor de educación física y sabe artes marciales. Su maestro le  enseñó un golpe con el cual puede abrir latas. El chino da el golpe y el alimento viaja en la lata por ese laberinto de cuerpos,  comen un poco cada uno. Golpe,  se abre otra lata. Mientras se están alimentando sienten un temblor, dejan de comer, mueven los ojos pero no pueden ver nada, el temblor cada vez es más fuerte, sonido de agua como que algo muy grande cayó al río, el temblor nuevamente, el temblor se aleja de a poco. En la carpa algunos dicen que era un humano bronceador y que hubieran armado la carpa del otro lado del río. Otros dicen que los pasos eran de un gigante fusionado y eran muy fuertes y el viento lleva la misma dirección que el río y esto que pasó, cruzo el río. Todos hablaban en la carpa pero ninguno se puede ver, hablan con dificultad,  están incómodos, no se pueden acomodar para hablar normalmente, hablaron toda la noche cuando se dan cuenta está amaneciendo, ahora sí se pueden ver, ven planos detalle del cuerpo de otro.
Amanecer. La mano derecha de la mujer más joven del grupo es la que quedó más cerca del cierre de la carpa, en realidad no era la mano que estaba más cerca, era la mano que podía más fácilmente hacer el movimiento de la apertura del cierre. Las manos de la joven muy suaves abren lentamente el cierre. La joven terminó quinto año, le quedaron dos previas de cuarto, geografía y biología. La mujer más grande del grupo es la profesora de geografía la que tiene que tomar el examen, una de las previas. Abrió el cierre la más joven y todos comienzan a moverse con dificultad después de dormir en esa carpa cuesta que los músculos respondan rápidamente, salen lentamente de la carpa, miran el sol, cuando empiezan a incorporarse sienten el mismo temblor de la noche, con dificultad todos giran el cuello hacia un lugar y ven que viene hacía ellos un gigante fusionado. Moviéndose todos con dificultad todavía intentan guardar la carpa, grandes pasos del gigante los lleva por delante. La mujer más grande del grupo la profesora de geografía cayó al otro lado del río inconsciente, el chino y la carpa cayeron al río y la corriente empieza a arrastrarlos, el chino trata de no soltar la carpa. Otro del grupo, Morsa, el portero borracho del colegio cruza el río, llega junto a la profesora de geografía, la sacude para despertarla, descubre una fractura en el brazo derecho de la mujer. La carpa se hundió y la llevó la corriente. La joven de las previas y el joven preceptor sacan al chino del agua y corren hacia el grupo de edificios, están muy cerca pero comienza a levantarse el sol, tienen que cavar para estar bajo tierra de día, los humanos aprendieron a cavar como bestias. Morsa no la puede despertar a la profesora, Morsa la mira, mira de cerca los detalles de la cara, la besa y la profesora reacciona y siente dolor en el brazo fracturado, Morsa se coloca la máscara y le coloca la máscara a la profesora, se miran se corren las máscaras y se besan nuevamente. Comienzan a cavar, ella con una mano.
Amanecer, amanece rápidamente. El chino ya termino de cavar se está por meter bajo tierra, mira en dirección a los jóvenes, están cavando pero no lograrán su objetivo; el chino corre junto a los jóvenes y con su golpe, el que aprendió de su maestro, con el que abre latas, pega en la tierra dos veces y la tierra se afloja, se ablanda y es mucho más fácil cavar. Ya están bajo tierra con sus máscaras. Morsa terminó su hoyo, pero la profesora cavando con una sola mano no lo va a lograr. Morsa quisiera que el chino este allí, un golpe del chino; a Morsa le gustaría saber el secreto del golpe. Morsa mira a la profesora esforzándose, ella lo mira y sigue cavando, lo mira, pregunta con los ojos por qué no se mete bajo tierra. Morsa camina hacia ella corriéndose la máscara, la levanta la mira a los ojos ella se corre la máscara y Morsa le pega un golpe de puño en la cara, la deja inconsciente; Morsa no la deja caer al piso, la levanta como los recién casados, llega hasta la orilla del hueco que él mismo cavó y le da otro beso y la acuesta y la tapa con tierra y con sus dos manos apisona la tierra, le parece más seguro. El sol alcanza a Morsa y se transforma en humano de arena y comienza a correr en dirección al viento, se aleja del lugar. Se aleja de la tierra donde están los del grupo. Desaparece en el horizonte. Es de día, están bajo tierra, tres en una orilla  cerca del grupo de edificios, una, la profesora de geografía, en la otra orilla, un poco más alejada del escudo, pero corriendo rápido puede llegar.
Atardecer. El chino y los jóvenes salen de la tierra, miran el sol, se sacan las máscaras y las tiran, también tiran las mochilas, tienen que llegar sí o sí, no tienen la carpa, corren. La profesora de geografía sale de la tumba que le fabricó Morsa, se saca la máscara, la esta por tirar pero no la tira. Se acuerda de Morsa, no la tira. Corre, le duele al bracear pero sigue corriendo. El chino y los jóvenes llegan al escudo y aplauden y gritan para que los escuchen, saltan y mueven los brazos, salen tres ganchos del escudo y con un golpe seco los llevan hacia adentro, están dentro del escudo y ven correr a la profesora hacia el escudo, los jóvenes se impresionan de la velocidad de la mujer, el chino les cuenta que en la secundaria la profesora de geografía había sido campeona  juvenil sudamericana en los cuatrocientos metros llanos.
Atardecer. Del sol queda un pequeño semicírculo rojizo. Con la velocidad que lleva la profesora llega tranquilamente al escudo. Corre, piensa lo mucho que le gusta correr, piensa en Morsa, se toca la cara donde la golpeó Morsa y recuerda los besos, reduce la velocidad, trota, se detiene, se toca la cara, mira hacia el sol, mira hacia el horizonte, siente el viento en la piel, el sol desaparece la bruma se mueve bajo tierra sale a la superficie y la profesora se derrite, bronceador desparramado bajo la bruma.  La noche transforma a la profesora en un humano bronceador y comienza a correr en contra del viento. El chino y los jóvenes no lo pueden creer, ahora no pueden ver nada, cayó la noche. Si ella quería llegar, llegaba les dice el chino a los jóvenes. Los jóvenes le piden al chino que les enseñe el golpe.
Noche. Están caminando en el grupo de edificios. Hace mucho que no caminaban de noche, ni de día.

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