Testimonio directo

 Scappini Antonio  









Son las 5:30 de la mañana, lo sé porque estaba resaltado en el reloj que podía ver en la vidriera de la tienda a través de la ventana abarrotada del cubil donde estaba.
Desearía que fuera un poco más tarde.
Descanso los ojos un poco mas, sabiendo lo inminente de mi situación.
El camastro me incomoda, mas allá de que llevo un buen tiempo alojado, no pienso en nada que pudiera representar algún arrepentimiento de los actos de los cuales me acusaron y enjuiciaron (no voy a perder el tiempo en nombrarlos pero créanme que de que agradecerán que no lo haga) ¿quizás yo haya sido un inestable asesino serial con tendencias necrófilas? o ¿talvez un protestante en contra de un injusto régimen totalitario el cual me retuvo por motivar a las masas a ser conscientes de su libre albedrío? Reitero que no importa.

Colisión

Antonio Scappini









Un planeta es golpeado por otro, cosa que a cualquiera con una basta ignorancia sobre astronomía y gravedad, le produce una idea de que puede ser posible en una circunstancia en particular (como esta). Y el obvio resultado es que ambos planetas se destrozarán en varios pedazos, pero no sucede tal cosa.
En cambio el cuerpo agresor empuja de su órbita al otro planeta y con el impacto el primero se moviliza en forma inversa a la segunda esfera golpeando a un tercer planeta volviendo a suceder el mismo fenómeno.

El terror llega a cubrir toda naturaleza sólo cambiando de apariencia


 Esteban Esquivel










Percibir el terror como una amenaza exterior que nos hace estremecer del miedo. Tal vez sea una de las sensaciones más completas y extremas por la que atravesamos en la vida, al igual que sus efectos: tornando pálido nuestra cara, acelerando nuestra respiración, haciendo recorrer el sudor y el frio por todo el cuerpo, especialmente en las palmas de las manos, y aflojando nuestras piernas. Inevitablemente dejándonos postrados en un ciclo como espectadores.
Pero lo más enigmático pasa dentro nuestro, en la mente, totalmente perdida en nuestro miedo. Ni la razón puede evitarlo ni dejarlo de lado; nuestra mente simplemente se ve atrapada en los confines que nuestra amenaza delimita.
Sin embargo, el terror es más que una reacción afectiva o perturbación del ánimo, es una manera de vivir, el rigor se encuentra latente en cada persona, es la razón por la cual no pasas tiempos en lugares cerrados o nos exponemos a ciertas situaciones.
El terror se oculta en todos lados, y a la vez en el lugar donde menos se lo busca: nuestra mente, la de cada persona, cuando siente el terror, se no hace difícil reconocer que somos quienes añadimos los factores más dramáticos para potenciar a nuestros miedos enfermizos, pues sin ellos no habría terror.
Pero aunque sea por un segundo, nos gusta imaginarnos, nos gusta mentirnos, y por qué no habría alivio al prender la luz, ver a nuestras espaldas que no hay nadie.
Por eso vemos el terror en caras horribles, monstruos y espectros. El terror también es la recopilación de que no llegamos a entender y por lo tanto [“La muerte viaja en una Olivetti” de Miguel Molfino] el terror llega a cubrir toda naturaleza sólo cambiando de apariencia a nuestro ojo, siendo un papel en blanco al cual nosotros terminamos de dar los matices que no dan miedo.  

El campo

Gastón Sibilla










Al primer disparo Julio lo hizo con temor, no así al segundo. Apretó el gatillo pero el disparo no salió de la oxidada escopeta de dos caños, el dedo índice le dolió y tuvo que volver a apretarlo con más fuerza para que el disparo salga, una línea anaranjada de oxido quedó marcada en su dedo índice.
Julio tenía un campo -tiene un campo-, en el que vivió gran parte de su vida.
La primera noche que lo vi me contó lo ocurrido, dijo que hacía meses sentía miedo, y ese miedo no había nacido cuando se encontró con Osvaldo y le disparó con la escopeta, el temor que habitaba en él había nacido meses atrás. Temía que le quiten su campo, y estaba decidido a impedirlo.
Yo veía viejas fotos que encontré en una de las repisas cuando llegó Julio. Hablamos de muchas cosas aquella vez hasta que finalmente dijo: “El primer disparo fue con temor.”, y atónito  ante lo que escuché, solo pude preguntar algo tan trivial como: “Y al segundo disparo, ¿cómo lo hiciste?”, “El segundo disparo no fue con temor, no señor, el segundo fue con bronca.”
A Osvaldo llegué a conocerlo solo por fotos, unas amarillentas en blanco y negro que Julio me mostró esa noche, que estaban junto a las que yo miraba cuando él llegó, y mientras me daba las fotos de Osvaldo contó del asesinato.
En las fotos que mostró no veía a Osvaldo de pie sosteniendo una caña de pescar junto a una canoa a orillas del río Paraná, no, al ver las fotos Osvaldo estaba en el suelo, con una gran mancha roja en su estómago intentando decir algo, con muchas convulsiones que era como había descrito Julio que permaneció hasta que disparó por segunda vez.
Hoy se cumple un mes que estoy acá, y me gusta el campo, me gustó desde  que mi abogado lo mencionó, no sé qué tiene pero me agrada y no pienso dejarlo.
Sí, desde que supe de su existencia se transformó en una obsesión, ahora me doy cuenta que esa obsesión no era solo mía.
Yo vivía en Resistencia, alquilaba un departamento que no era demasiado grande, pero que para mí era perfecto ya que vivía solo, ahora tengo un campo y si bien de vez en cuando tengo visitas, sigo viviendo solo.
Una mañana mi abogado llegó contándome de un negocio que para él era “una oportunidad única, que no había que dejar pasar”. Lo noté muy entusiasmado, no dejaba de decir que había que hacerlo como sea. Mencionó un juicio sucesorio trabado, había usado esa palabra, trabado, y yo sabía que por algún artilugio legal él estaba involucrado en eso que trababa la sucesión. Dijo muchas cosas que no entendí, era difícil hacerlo, no porque usara términos legales, realmente la emoción afectaba su forma de expresarse.
La mañana era calurosa y mientras hablaba lo interrumpí, le pedí que sea concreto y entonces mencionó la cifra. Lo que había que invertir era irrisorio teniendo en cuenta el valor real del campo.
Cómo consiguió él que la compra se dé de esa forma no lo sé, aunque casi un mes después, luego de pasar la primer noche aquí fui comprendiendo algo de lo ocurrido. 
Todo fue muy rápido y desde ese momento una serie de eventos extraños fueron sucediendo en mi vida, y en la de todos los involucrados en la compra.
La mañana en que fui a buscar los documentos (que me reconocían como único propietario del campo) al estudio jurídico, mi abogado no llegó a tiempo. Lo esperé media hora y finalmente su secretaria me dio los papeles, ya estaban firmados por escribanos y uno de sus dueños. En el momento en que la secretaria me los daba un llamado telefónico le avisó que el doctor Pérez había fallecido esa mañana en un accidente automovilístico cuando regresaba de la provincia de Corrientes.
Debo decir que esa noticia no me afectó en lo más mínimo, tomé los papeles y me fui.
No era amigo del doctor Pérez, él me había asesorado en algunos asuntos legales referidos a la venta de una empresa familiar, no sabía mucho de su vida como él no sabía mucho de la mía, hacía un poco más de una año que lo conocía, y ahora que lo pienso no sé por qué me ofreció la compra del campo a tan bajo precio, no sé que esperaba ganar. Supongo que es una de las tantas cosas que no sabré.
Con los títulos del campo en mi poder, con la recisión del contrato del pequeño departamento que alquilaba en Resistencia, partí hacía el interior de Corrientes, más precisamente hacia Paso de lo Libres.
Es curioso, ahora que lo pienso cuando llegue fue la primera vez que vi el campo, digo curioso por no decir estúpido ya que había invertido mucho dinero en algo que no había visto hasta después de comprarlo, y esto se debe a que el entusiasmo que mi abogado tenía al hablar me lo había transmitido y fui obsesionándome con comprarlo.
Cuando llegué oscurecía, al abrir la tranquera escuché su rechinar oxidado, no recuerdo porque sonreí, y me dirigí por el angosto sendero hacía la casa.
El silencio que encontré era agradable, solo algunos pájaros de vez en cuando producían sonidos lejanos. Estacioné la camioneta junto a l un viejo aljibe, tomé las lleves y mi dirigí a la puerta principal.
“El segundo disparo no fue con temor, no señor, el segundo fue con bronca. Cuando Osvaldo ya estaba en el suelo, me miró sorprendido, no se lo esperaba; Había sangre en su estomago donde impactaron la mayoría de los perdigones del primer cartucho, también escupía sangre e intentaba decir algo, pero no podía, solo balbuceaba. Comenzó a temblar cuando con mucho bronca por lo que había hecho disparé por segunda vez.”.
Aquella noche que hablamos, a los pocos minutos de conocernos, Julio contó lo que había hecho, lo comentó al poco tiempo de llegar. Inmóvil, no podía más que escucharlo relatar cómo había matado a su hermano, luego me dio las fotos, pero al verlas -ya lo dije- no vi a Osvaldo con su caña de pescar, lo vi herido de muerte retorciéndose antes de recibir el segundo disparo, en el suelo de la entrada principal de su casa, que ahora es mi casa, que se encuentra en éste que era su campo, que ahora es mí campo.
Luego Julio dijo que no podía permitir que entreguen su campo, campo que fue de su padre, de su abuelo, en el que había nacido, crecido y en el que, me había dicho, decidió morir.
Julio nunca quiso vender el campo de su familia, pero no contaba con que su hermano Osvaldo haya tenido deudas con un abogado de Resistencia, aunque por lo poco que conocí a mi abogado estoy casi seguro que esas deudas fueron solo maniobras engañosas.
 Ahora me consta que hubo muchas discusiones entre los hermanos, antes de que Julio, sabiendo que el campo estaba vendido, disparo dos veces a Osvaldo con su oxidada escopeta.
Se va a cumplir un mes que vivo en el campo, no sé qué tiene este lugar que me atrapa, qué me impide irme. Las mañanas son tranquilas, aunque duermo casi todo el día, sólo por la tarde me despierto, recorro el patio, camino hasta que el sol baja, y cuando vuelvo encuentro a Julio.
Estoy seguro que cualquiera se hubiese ido si tuviese que compartir su casa con personas que murieron, y aunque debo decir que es atemorizante encontrarme con él, no pude hacerlo. No quiero dejar el campo.
Todos los días vuelvo de los recorridos sobre el final de la tarde, y me topo con Julio o en la entrada o en alguno de los pasillos de la casa, el deambula por este lugar, llega en silencio, no logro escuchar cuando se acerca, me doy cuenta de su presencia cuando ya esta a mi lado. Osvaldo nunca apareció, Julio dice que es porque no se anima a regresar al campo que vendió deshonrando a su familia.
Sí, es atemorizante encontrarme con Julio, asusta verlo aparecer a mi lado repentinamente, aunque más asustan sus gritos por las madrugadas, gritos y llantos en los que maldice a su hermano. A pesar de todo sé que jamás voy a dejar mi campo, y Julio tampoco, él va a continuar regresando todas las noches para contar la misma historia.
Todos los días, al final de la tarde cuando oscurece, llega Julio para contar como una noche, luego de discutir con su hermano, le disparó, y finalmente se suicidó. 

El Terror

Mercedes Alegre











En la base del terror está el miedo al dolor. A lo único a lo que tememos los seres humanos es a sufrir, ya sea de manera física o psicológica. Puede adoptar diversas formas, camuflarse a través de distintos motivos, pero la causa soterrada que nos hiela las entrañas es la misma: el miedo al dolor.
El horror puede aparecer en diferentes formas. Puede presentarse como una amenaza extraterrestre, un asesino serial, fantasmas, peligrosas enfermedades; sin embargo lo que nos aterra, lo que nos paraliza, es el peligro del padecimiento corporal o espiritual. A lo que tememos de hecho no es al objeto en sí, sino a lo que nos puede producir. Ni siquiera la muerte es razón de espanto, pues su absolutismo es tal que anula por sí mismo el terror.
Fiódor Dostoyevski se refiere al tema a través de uno de los personajes de su obra Los hermanos Karamázov. No es un personaje principal que lleva el peso de la trama, sino uno tangencial utilizado por el escritor ruso para canalizar una de las tantas disquisiciones filosóficas y psicológicas que atraviesan su obra.
El sujeto es un hombre dispuesto a quitarse la vida. Se encuentra a punto de suicidarse, pero lo único que lo retiene ante la opción final es su miedo a sufrir. No teme morir, pues lo tiene decidido, sino que tiene horror de sentir dolor en los últimos segundos finales, en los instantes que lo separen del disparo mortal y el deceso. Y es el miedo al dolor, aunque sea por centésimas de segundo, lo que mantiene paralizada su mano.
Por eso sentimos mayor temor cuando el horror proviene de cosas cotidianas que cuando es ocasionado por eventos sobrenaturales. Es más factible que nos lastime lo que nos rodea a que suframos una herida por sucesos fuera de lo común.
El terror puede despertarse por el miedo al dolor físico, esto es el horror ante la tortura o lesiones corporales. O puede ser al daño psicológico, cuando el daño es infligido a nuestros seres queridos, a las personas que nos rodean o cuando nos enfrentamos a cosas que escapan a nuestra conciencia y entonces afectan nuestra comprensión.
Es por esta razón que el hecho de que un compañero de estudio se convierta en un torturador y asesino, como en el cuento Terror de Clive Barker, nos parece mucho más aterrador que la amenaza extraterrestre de H. G. Wells. Y aún en el caso de los alienígenas o los fantasmas, lo que más nos horroriza no es su presencia o su esencia sino lo que nos pueden llegar a hacer.
Lo que más tememos es que lo que tenemos al lado nos lastime, dado que por su proximidad nos sería difícil evitar el daño. El dolor generalmente nos rodea, en sus múltiples formas, y en tratar de evitarlo se nos va la vida.

Maestros del Terror - Serie Mediometrajes



Directores asociados al colectivo Masters of Horror
Algunos de los directores asociados al colectivo son los siguientes.
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