El terror llega a cubrir toda naturaleza sólo cambiando de apariencia


 Esteban Esquivel










Percibir el terror como una amenaza exterior que nos hace estremecer del miedo. Tal vez sea una de las sensaciones más completas y extremas por la que atravesamos en la vida, al igual que sus efectos: tornando pálido nuestra cara, acelerando nuestra respiración, haciendo recorrer el sudor y el frio por todo el cuerpo, especialmente en las palmas de las manos, y aflojando nuestras piernas. Inevitablemente dejándonos postrados en un ciclo como espectadores.
Pero lo más enigmático pasa dentro nuestro, en la mente, totalmente perdida en nuestro miedo. Ni la razón puede evitarlo ni dejarlo de lado; nuestra mente simplemente se ve atrapada en los confines que nuestra amenaza delimita.
Sin embargo, el terror es más que una reacción afectiva o perturbación del ánimo, es una manera de vivir, el rigor se encuentra latente en cada persona, es la razón por la cual no pasas tiempos en lugares cerrados o nos exponemos a ciertas situaciones.
El terror se oculta en todos lados, y a la vez en el lugar donde menos se lo busca: nuestra mente, la de cada persona, cuando siente el terror, se no hace difícil reconocer que somos quienes añadimos los factores más dramáticos para potenciar a nuestros miedos enfermizos, pues sin ellos no habría terror.
Pero aunque sea por un segundo, nos gusta imaginarnos, nos gusta mentirnos, y por qué no habría alivio al prender la luz, ver a nuestras espaldas que no hay nadie.
Por eso vemos el terror en caras horribles, monstruos y espectros. El terror también es la recopilación de que no llegamos a entender y por lo tanto [“La muerte viaja en una Olivetti” de Miguel Molfino] el terror llega a cubrir toda naturaleza sólo cambiando de apariencia a nuestro ojo, siendo un papel en blanco al cual nosotros terminamos de dar los matices que no dan miedo.  

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