Mercedes Alegre |
En la base del terror está el miedo al dolor. A lo único
a lo que tememos los seres humanos es a sufrir, ya sea de manera física o
psicológica. Puede adoptar diversas formas, camuflarse a través de distintos motivos,
pero la causa soterrada que nos hiela las entrañas es la misma: el miedo al
dolor.
El horror puede aparecer en diferentes formas. Puede
presentarse como una amenaza extraterrestre, un asesino serial, fantasmas,
peligrosas enfermedades; sin embargo lo que nos aterra, lo que nos paraliza, es
el peligro del padecimiento corporal o espiritual. A lo que tememos de hecho no
es al objeto en sí, sino a lo que nos puede producir. Ni siquiera la muerte es
razón de espanto, pues su absolutismo es tal que anula por sí mismo el terror.
Fiódor
Dostoyevski se refiere al tema a través de uno de los
personajes de su obra Los hermanos Karamázov. No es un personaje principal que lleva el peso de
la trama, sino uno tangencial utilizado por el escritor ruso para canalizar una
de las tantas disquisiciones filosóficas y psicológicas que atraviesan su obra.
El sujeto es
un hombre dispuesto a quitarse la vida. Se encuentra a punto de suicidarse,
pero lo único que lo retiene ante la opción final es su miedo a sufrir. No teme
morir, pues lo tiene decidido, sino que tiene horror de sentir dolor en los
últimos segundos finales, en los instantes que lo separen del disparo mortal y
el deceso. Y es el miedo al dolor, aunque sea por centésimas de segundo, lo que
mantiene paralizada su mano.
Por eso
sentimos mayor temor cuando el horror proviene de cosas cotidianas que cuando
es ocasionado por eventos sobrenaturales. Es más factible que nos lastime lo
que nos rodea a que suframos una herida por sucesos fuera de lo común.
El terror
puede despertarse por el miedo al dolor físico, esto es el horror ante la
tortura o lesiones corporales. O puede ser al daño psicológico, cuando el daño
es infligido a nuestros seres queridos, a las personas que nos rodean o cuando
nos enfrentamos a cosas que escapan a nuestra conciencia y entonces afectan
nuestra comprensión.
Es por esta
razón que el hecho de que un compañero de estudio se convierta en un torturador
y asesino, como en el cuento Terror
de Clive Barker, nos parece mucho más aterrador que la amenaza extraterrestre
de H. G. Wells. Y aún en el caso de los alienígenas o los fantasmas, lo que más
nos horroriza no es su presencia o su esencia sino lo que nos pueden llegar a
hacer.
Lo que más
tememos es que lo que tenemos al lado nos lastime, dado que por su proximidad
nos sería difícil evitar el daño. El dolor generalmente nos rodea, en sus
múltiples formas, y en tratar de evitarlo se nos va la vida.
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