El campo

Gastón Sibilla










Al primer disparo Julio lo hizo con temor, no así al segundo. Apretó el gatillo pero el disparo no salió de la oxidada escopeta de dos caños, el dedo índice le dolió y tuvo que volver a apretarlo con más fuerza para que el disparo salga, una línea anaranjada de oxido quedó marcada en su dedo índice.
Julio tenía un campo -tiene un campo-, en el que vivió gran parte de su vida.
La primera noche que lo vi me contó lo ocurrido, dijo que hacía meses sentía miedo, y ese miedo no había nacido cuando se encontró con Osvaldo y le disparó con la escopeta, el temor que habitaba en él había nacido meses atrás. Temía que le quiten su campo, y estaba decidido a impedirlo.
Yo veía viejas fotos que encontré en una de las repisas cuando llegó Julio. Hablamos de muchas cosas aquella vez hasta que finalmente dijo: “El primer disparo fue con temor.”, y atónito  ante lo que escuché, solo pude preguntar algo tan trivial como: “Y al segundo disparo, ¿cómo lo hiciste?”, “El segundo disparo no fue con temor, no señor, el segundo fue con bronca.”
A Osvaldo llegué a conocerlo solo por fotos, unas amarillentas en blanco y negro que Julio me mostró esa noche, que estaban junto a las que yo miraba cuando él llegó, y mientras me daba las fotos de Osvaldo contó del asesinato.
En las fotos que mostró no veía a Osvaldo de pie sosteniendo una caña de pescar junto a una canoa a orillas del río Paraná, no, al ver las fotos Osvaldo estaba en el suelo, con una gran mancha roja en su estómago intentando decir algo, con muchas convulsiones que era como había descrito Julio que permaneció hasta que disparó por segunda vez.
Hoy se cumple un mes que estoy acá, y me gusta el campo, me gustó desde  que mi abogado lo mencionó, no sé qué tiene pero me agrada y no pienso dejarlo.
Sí, desde que supe de su existencia se transformó en una obsesión, ahora me doy cuenta que esa obsesión no era solo mía.
Yo vivía en Resistencia, alquilaba un departamento que no era demasiado grande, pero que para mí era perfecto ya que vivía solo, ahora tengo un campo y si bien de vez en cuando tengo visitas, sigo viviendo solo.
Una mañana mi abogado llegó contándome de un negocio que para él era “una oportunidad única, que no había que dejar pasar”. Lo noté muy entusiasmado, no dejaba de decir que había que hacerlo como sea. Mencionó un juicio sucesorio trabado, había usado esa palabra, trabado, y yo sabía que por algún artilugio legal él estaba involucrado en eso que trababa la sucesión. Dijo muchas cosas que no entendí, era difícil hacerlo, no porque usara términos legales, realmente la emoción afectaba su forma de expresarse.
La mañana era calurosa y mientras hablaba lo interrumpí, le pedí que sea concreto y entonces mencionó la cifra. Lo que había que invertir era irrisorio teniendo en cuenta el valor real del campo.
Cómo consiguió él que la compra se dé de esa forma no lo sé, aunque casi un mes después, luego de pasar la primer noche aquí fui comprendiendo algo de lo ocurrido. 
Todo fue muy rápido y desde ese momento una serie de eventos extraños fueron sucediendo en mi vida, y en la de todos los involucrados en la compra.
La mañana en que fui a buscar los documentos (que me reconocían como único propietario del campo) al estudio jurídico, mi abogado no llegó a tiempo. Lo esperé media hora y finalmente su secretaria me dio los papeles, ya estaban firmados por escribanos y uno de sus dueños. En el momento en que la secretaria me los daba un llamado telefónico le avisó que el doctor Pérez había fallecido esa mañana en un accidente automovilístico cuando regresaba de la provincia de Corrientes.
Debo decir que esa noticia no me afectó en lo más mínimo, tomé los papeles y me fui.
No era amigo del doctor Pérez, él me había asesorado en algunos asuntos legales referidos a la venta de una empresa familiar, no sabía mucho de su vida como él no sabía mucho de la mía, hacía un poco más de una año que lo conocía, y ahora que lo pienso no sé por qué me ofreció la compra del campo a tan bajo precio, no sé que esperaba ganar. Supongo que es una de las tantas cosas que no sabré.
Con los títulos del campo en mi poder, con la recisión del contrato del pequeño departamento que alquilaba en Resistencia, partí hacía el interior de Corrientes, más precisamente hacia Paso de lo Libres.
Es curioso, ahora que lo pienso cuando llegue fue la primera vez que vi el campo, digo curioso por no decir estúpido ya que había invertido mucho dinero en algo que no había visto hasta después de comprarlo, y esto se debe a que el entusiasmo que mi abogado tenía al hablar me lo había transmitido y fui obsesionándome con comprarlo.
Cuando llegué oscurecía, al abrir la tranquera escuché su rechinar oxidado, no recuerdo porque sonreí, y me dirigí por el angosto sendero hacía la casa.
El silencio que encontré era agradable, solo algunos pájaros de vez en cuando producían sonidos lejanos. Estacioné la camioneta junto a l un viejo aljibe, tomé las lleves y mi dirigí a la puerta principal.
“El segundo disparo no fue con temor, no señor, el segundo fue con bronca. Cuando Osvaldo ya estaba en el suelo, me miró sorprendido, no se lo esperaba; Había sangre en su estomago donde impactaron la mayoría de los perdigones del primer cartucho, también escupía sangre e intentaba decir algo, pero no podía, solo balbuceaba. Comenzó a temblar cuando con mucho bronca por lo que había hecho disparé por segunda vez.”.
Aquella noche que hablamos, a los pocos minutos de conocernos, Julio contó lo que había hecho, lo comentó al poco tiempo de llegar. Inmóvil, no podía más que escucharlo relatar cómo había matado a su hermano, luego me dio las fotos, pero al verlas -ya lo dije- no vi a Osvaldo con su caña de pescar, lo vi herido de muerte retorciéndose antes de recibir el segundo disparo, en el suelo de la entrada principal de su casa, que ahora es mi casa, que se encuentra en éste que era su campo, que ahora es mí campo.
Luego Julio dijo que no podía permitir que entreguen su campo, campo que fue de su padre, de su abuelo, en el que había nacido, crecido y en el que, me había dicho, decidió morir.
Julio nunca quiso vender el campo de su familia, pero no contaba con que su hermano Osvaldo haya tenido deudas con un abogado de Resistencia, aunque por lo poco que conocí a mi abogado estoy casi seguro que esas deudas fueron solo maniobras engañosas.
 Ahora me consta que hubo muchas discusiones entre los hermanos, antes de que Julio, sabiendo que el campo estaba vendido, disparo dos veces a Osvaldo con su oxidada escopeta.
Se va a cumplir un mes que vivo en el campo, no sé qué tiene este lugar que me atrapa, qué me impide irme. Las mañanas son tranquilas, aunque duermo casi todo el día, sólo por la tarde me despierto, recorro el patio, camino hasta que el sol baja, y cuando vuelvo encuentro a Julio.
Estoy seguro que cualquiera se hubiese ido si tuviese que compartir su casa con personas que murieron, y aunque debo decir que es atemorizante encontrarme con él, no pude hacerlo. No quiero dejar el campo.
Todos los días vuelvo de los recorridos sobre el final de la tarde, y me topo con Julio o en la entrada o en alguno de los pasillos de la casa, el deambula por este lugar, llega en silencio, no logro escuchar cuando se acerca, me doy cuenta de su presencia cuando ya esta a mi lado. Osvaldo nunca apareció, Julio dice que es porque no se anima a regresar al campo que vendió deshonrando a su familia.
Sí, es atemorizante encontrarme con Julio, asusta verlo aparecer a mi lado repentinamente, aunque más asustan sus gritos por las madrugadas, gritos y llantos en los que maldice a su hermano. A pesar de todo sé que jamás voy a dejar mi campo, y Julio tampoco, él va a continuar regresando todas las noches para contar la misma historia.
Todos los días, al final de la tarde cuando oscurece, llega Julio para contar como una noche, luego de discutir con su hermano, le disparó, y finalmente se suicidó. 

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