Cuando pase el temblor [Versión 2]

Mercedes Alegre










Acodado en la barra de “El Neptuno” espero el fin del mundo junto a cuatro parroquianos más y Enzo, el dueño del bar. Algunos decidieron huir de la ciudad, pero ¿hacia dónde escapar cuando no hay adónde ir?
Luego de tantos abusos cometidos contra la naturaleza, el fin no llegará producto del efecto invernadero, el agujero de ozono o la contaminación, sino a raíz de una serie de violentos y encadenados terremotos y maremotos que sacudirán cada segmento de la superficie terrestre. Los científicos aseguran que este descontrolado movimiento geológico era imprevisible y que no se encuentra ligado al deterioro del medio ambiente, pero es difícil no pensar irónicamente que la tierra se sacude y abre grietas para tragar lo que está sobre ella. No soy una fundamentalista protectora de la naturaleza, pero en un momento así una reflexión semejante es inevitable.
Así como es ineludible estancarse en la contemplación retrospectiva de la propia vida, detenerse en balances y que afloren reproches y deseos incumplidos. En un esfuerzo de sinceridad, debo reconocer que las cuestiones pendientes que hubiera querido concretar no las podría realizar aún si me quedaran años por delante en vez de contadas horas.
La rutina del trabajo se tragó una vida dedicada a la escritura de manera profesional, los traumas familiares desgastaron las pocas relaciones duraderas que alguna vez mantuve, el paso del tiempo anuló la posibilidad del nacimiento de un hijo y el azar y las frustraciones cotidianas opacaron en muchas ocasiones las satisfacciones nacidas de las cosas simples. Un recuento triste, patético, exiguo de triunfos y gratificaciones, acorde con el destino que vamos a enfrentar. Terminaremos enterrados, sepultados bajo las ruinas de lo que fue, arrasados por el caos producto de la destrucción.    
Los pocos que estamos en el bar miramos fijamente las imágenes que todavía reproduce el noticiero local. Algunas de las señales internacionales ya han desaparecido, pero estos conductores siguen en su puesto.
Las escazas y repetidas imágenes muestran calles con el asfalto partido, cubiertas de escombros y restos de muebles. Los edificios derrumbados se alternan con autos aplastados y bultos que se adivinan humanos.
No sé si es que estamos estupefactos, incrédulos o simplemente ya anestesiados ante las malas noticias, pero los concurrentes de “El Neptuno” no mostramos gran consternación ni desesperación ante las circunstancias. Capaz recién cuando sintamos vibrar el suelo bajo nuestros pies caeremos en la cuenta de la verosimilitud del relato mediático.
Las caras congregadas alrededor de la barra son viejas conocidas. Almas perdidas habitués del bar y amigas de Enzo a fuerza de costumbre y consumo de alcohol. Supongo que el bar que fue punto de encuentro para los momentos de ocio, alegrías o tristezas, no podía evitar volverse un espacio de reunión ante el apocalipsis. ¿Quién quiere quedarse en casa cuando se viene el fin del mundo?
En un extremo están sentados Juan Martín y Malena, novios desde antes de que Enzo abriera “El Neptuno”. Con las manos entrelazadas, sólo se sueltan de tanto en tanto para sorber el vino de sus respectivos vasos.
A su lado está ubicado Daniel, amigo de la secundaria de Enzo y socio simbólico del bar.   Es aquel que en las noches concurridas da una mano atendiendo las mesas, acarreando hielo y cajones o posicionado tras la caja, y es el único que dispone del derecho de cambiar la música y tomar gratis.
Luego viene mi taburete. A mi derecha se encuentra Delphine, una pintora veterana, sobreviviente del mayo francés y de los setentas argentinos. Es la única que no mira la pantalla, con los ojos de mirada perdida fijos en el reloj aspira su cigarrillo Slim. Y frente a nosotros está Enzo, parapetado como de costumbre tras la barra.  
En la televisión comienzan a difundir una lista de productos, elaborada por supuestos especialistas, que contiene elementos de supervivencia para acarrear con uno en estos tiempos de zozobra. El listado incluye cosas básicas como bidones de agua mineral, latas de conserva, un botiquín de primeros auxilios, una linterna, pilas… Nada dicen respecto de armas de fuego, pero al parecer lo más previsores las han incluido, pues las noticias giran también alrededor de saqueos que sufren supermercados y armerías.
Los sobrevivientes tendrán que idear una forma de organización adaptada a la falta de luz eléctrica y agua potable, a la amenaza de pestes y comida envasada. Deberán discernir los límites del delito y la justicia en un mundo sin comisarías ni penitenciarías.
Enzo, esgrimiendo el derecho natural que otorga ser el dueño del lugar, baja el volumen del televisor y acciona los parlantes desde la computadora. El bar se llena con la música de The Doors y su Light My Fire, canción que –como sabemos los que conocemos bien a Enzo– pone cuando lo muerde la melancolía. El contexto parece tergiversar la letra y, en vez de hablar de sexo y drogas, anunciar el fuego del infierno por venir. 
El noticiero advierte que según los cálculos científicos el terremoto correspondiente a este punto del planeta se desencadenará recién dentro de tres horas, cuando nos golpee la onda expansiva que viene cruzando la cordillera. Tres horas aún. Me conviene pedirle a Enzo otra cerveza. 


1 comentario:

  1. Merce. Lo tuyo es muy bueno, la tenés clara: hay pluma, hay estilo, hay historia. S. King habla de "tres arquitecturas narrativas": la narración (propiamente dicha), la descripción y el diálogo. Bien, ahora solamente tenés que escribir una novelita....

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