Pestilencia



Agustín Francia










Desperté y parecía que el mismísimo sol había olvidado encenderse... La piel desprendía una especie de miedo y... nostalgia si se quiere. Calles vacías; una oscuridad que arrastraba un silencio sofocante y un viento... Una brisa con un olor conocido... Me recordaba al día en que la vela, que mi madre obsequió al Cristo de la pieza de atrás, terminó en un incendio... Ese olor era tan familiar y repugnante. El olor a... Hollín creo que se llama...
La oscuridad tibia, siempre libre de prejuicios, era extraña... Como amarillenta y negra al mismo tiempo.
Más me acercaba al centro de la ciudad y pequeños gritos ahogados, danzaban en aumento en el aire. Cada vez se tornaba más rojizo todo al mi alrededor y el olor a hollín se mezclaba con una pestilencia digamos... Metálica y dulzona...
Me había levantado de la cama sabiendo que pasaba... ¿Cómo? No se... Era como que cada célula de mi cuerpo me lo estuviera avisando... Me estuviera advirtiendo...
Podía ver una multitud corriendo en dirección hacia donde yo estaba... El terror y la desesperación deformaban sus caras dejando ver la naturaleza violenta y falsa del hombre.
Pasaban a mis lados, algunos me chocaban... Hombres empujando a mujeres... Mujeres dejando atrás a niños que no eran suyos... Incluso aplastaban a los que caían al piso...
Entre tanto asco pude notar que unas pocas personas quedaban quietas mirando al cielo o caminaban como yo… Un par de novios de la mano... Personas comunes y corrientes que se sentaban en sus pórticos a disfrutar del espectáculo de luces.
Seguí caminando hacia donde la curiosidad me llevaba. Cada vez más oscuro y rojizo.
Y de repente, en medio de la plaza principal podía verse un gran hueco... Pero sólo sangre alrededor, como que algo hubiera salido y hubiera vuelto a entrar... Por no sé... Quizás... Miedo... Bromeé hacia mis adentros deseando tener la lista de supervivencia que había escrito con mis amigos una vez, la de los muertos vivos.
El prólogo de esta ópera había terminado... Y era, tal vez, hora de que empiece la obertura.
Comenzó a sonar una trompeta muy fuerte... Tocando una melodía que no podía entender.
Y ahí estaba yo... Disfrutando de la última sonata... Era momento de que terminara tanta maldad e injusticia. De que el hombre, abusador del mundo, sintiera la perdición en la que se  había metido.
Miré al cielo, inspirando mi aliento final y sintiendo como mis pulmones se desinflaban vi asomar por una nube, el hocico del primer caballo.

1 comentario:

  1. Agustín. Tenés que leer "Sobre héroes y tumbas", clásico de la literatura argentina, de E. Sábato. Del mismo autor, una vez que hayas terminado de leer el primer, podés avanzar con "El escritor y sus fantasmas", es un ensayo de puta madre sobre el oficio de escribir. Aunque también podrías empezar de atrás para adelante. Sea como fuere, es tan imprescindible leer como escribir, releer como reescribir. El corazón de este relato es bueno, el móvil está bien. Pero hay que seguir haciendo gimnasia, ejercitando la escritura y todo lo que implica el ejercicio. Un abrazo!

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